Agradece la raíz al
viento. Siente su fuerza, externa, afuera, superficial, pero le llega
hasta debajo de la tierra. Agradece la raíz al viento por endurecer
su base.
El árbol, agitado
por el viento, le pide a su raíz que le sujete firme, que le agarre
para no marcharse. Mueve el viento aquello que parecía cierto. Deja
la fachada al descubierto. Mueve, al árbol, el viento.
La raíz irradia
toda su fuerza para equilibrar el mundo frente al viento.
Convence el viento a
lo efímero y lo arrastra tras de él.
Donde hubo viento,
reposa ahora el silencio.
Bajo tierra la raíz
ensanchó su hueco ramificado, lo apretó como manos huertanas la
azada. Afirmó la raíz su lugar en el suelo. El árbol, desalmado de
la flexión extrema, queda ahora en reposo, satisfecho no sólo de
estar, sino de ser más fuerte.
El viento,
hostigador, ha fortalecido al árbol, ha elegido sus ramas más
fuertes y ha solidificado sus raíces.
Así pasa en la
Huerta, donde la especulación y la corrupción son viento que hace
sacudir veredas, acequias, bancales y meandros. En ella, la
especulación se encuentra árboles que le hacen frente, árboles que
no sabían que podían ser efímeros. Pero día a día, según sigue
soplando el viento, éstos árboles se van haciendo más fuertes.
Sus raíces no sólo se van arraigando, sino que van escarbando bajo
tierra y haciendo brotar nuevos vástagos. Hay algún árbol que
flaquea, se quiebra, abandona, pero son más los que van abriendo sus
ramas para acoger a nuevos. Nuevos güertanos y nueva savia que,
gracias al azote de la ventisca de la especulación han despertado
del largo invierno.
“Aquí estamos,
aquí queremos vivir, nuestro territorio no se abandona, se
defiende”, gritan. Se enfrentan al caciquismo de la Junta de
Hacendados, al nacionalcatolicismo de los medios de desinformación y
a la ninfomanía monetaria de especuladores. Sus ventiscas son
poderosas, pero estas bordes güertanas, se han hecho más fuertes y
no consentirán ceder la tierra que les amamanta.
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